23 octubre 2008

LA CUESTIÓN DEL ABORTO (I)

Artículo publicado por Julián Marías en ABC hace ya casi quince años. Lo pongo aquí porque estaba escribiendo una cosa sobre este mismo asunto y aproveché para releerlo. Está fresco. Es genial. Lo suscribo de la cruz a la raya.

La espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideren la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral «particular». Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten «por fe»; se entiende, por fe en la ciencia.

Creo que hace falta un planteamiento elemental, accesible a cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que pocos poseen, de una cuestión tan importante, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer. Esta visión ha de fundarse en la distinción entre «cosa» y «persona», tal como aparece en el uso de la lengua. Todo el mundo distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre «qué» y «quién», «algo» y «alguien», «nada» y «nadie». Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: «¿qué pasa?» o ¿qué es eso?». Pero si oigo unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaré «¿qué es», sino «¿quién es?».

Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical «innovación de la realidad»: la aparición de una realidad «nueva». Se dirá que se deriva o viene de sus padres. Sí, de sus padres, de sus abuelos y de todos sus antepasados; y también del oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter, viene de ahí y no es rigurosamente nuevo. Diremos que «lo que» el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es «reductible» a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, en muchos sentidos «única», pero al fin una cosa. Su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante. «Lo que» es el hijo puede reducirse a sus padres y al mundo; pero «el hijo» no es «lo que» es. Es «alguien». No un «qué», sino un «quién», a quien se dice «tú», que dirá en su momento «yo». Y es «irreductible a todo y a todos», desde los elementos químicos hasta sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él.

Al decir «yo» se enfrenta con todo el universo. Es un «tercero» absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre. Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre se dice una insigne falsedad porque no es parte: está «alojado» en ella, implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: «voy a tener un niño»; no dice «tengo un tumor». El niño no nacido aún es una realidad «viniente», que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteroesclerosis avanzada, la extrema senilidad, el coma.)

A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la «interrupción del embarazo». Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración», y con un par de minutos basta. Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte. Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal física y psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal «no debe vivir», ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto -se pensaría que protegido- en el seno materno.

Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la «hembra embarazada»), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto. Se habla de la «mujer objeto» y ahora se piensa en el «niño tumor», que se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de destruir el carácter personal de lo humano. Por ello se habla del derecho a disponer del propio cuerpo. Pero, aparte de que el niño no es parte del cuerpo de su madre, sino «alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre», ese supuesto derecho no existe. A nadie se le permite la mutilación; los demás, y a última hora el poder público, lo impiden. Y si me quiero tirar desde una ventana, acuden la policía y los bomberos y por la fuerza me lo impiden.

El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad y se reduce la maternidad a soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo uso del «quién», de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como una monstruosidad. ¿No se tratará de esto precisamente? ¿No estará en curso un proceso de «despersonalización», es decir, de «deshominización» del hombre y de la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida humana? Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generaliza, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición humana?

Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final.

17 octubre 2008

DE TALENTOS Y OTRAS SAGAS ( y III)

[Sigue]

La moneda del Rey de Tahol no se puede dejar en herencia porque cuando mueren sus súbditos, las piezas de fina aleación que no se han gastado se tornan deleznables y en poco tiempo se transforman en arena como la que abunda en el desierto. No resulta, por tanto, inteligente hacer acopio de semejante metal porque, llegada la hora de su dueño, pierde aquél todo valor y no puede entregarse a los deudos ni aplicarse a sacrificios de ninguna índole. Lo sabio es, pues, gastarlo en vida y con mesura.

El día antes de que cada cual se tienda en la huesa, el Rey lo llama a la cueva y le da a conocer el valor particular que correspondía a la riqueza escondida en la bolsa de piel de carnero que le entregó al nacer. Puede que sólo ese día cada quien conozca cuánto [valían/pesaban] en verdad [las piezas] que en su juventud pagó a un vecino a cambio de un ternero, y si con ellas hubiera podido comprar no sólo un animal sino una hacienda entera; o, por el contrario, si en su vejez y aun sin saberlo ajustó con gran acierto el precio de la huerta que compró a un extranjero a pesar de haberlo hecho con sospecha de entregar por ella más de lo que en realidad valía. Cierto que ese día cada cual sabe con exactitud cuánto pesaba realmente la limosna que entregó al huérfano y el socorro que prestó a la viuda.

Tened vosotros presente, hermanos, que [también a los de] nuestra estirpe se nos entrega un tesoro efímero al nacer y que, como los taholitas, podemos hacer prudente uso de él o disiparlo. Tan necio es quien hace dispendio de su fortuna como el que la entierra en su casa hasta el final de sus días.

09 octubre 2008

DE TALENTOS Y OTRAS SAGAS (II)

Los judíos de Jerusalén, el Consejo de los Ancianos y Leví, saludan y desean prosperidad a Démulo, del linaje de los sacerdotes consagrados, preceptor del Rey de Egipto, y a los hermanos que están en Sameth. A Dios solo debemos el vernos libres de grandes peligros y os escribimos para que celebréis la fiesta de las tiendas en el mes de Quisleu, como hacen los habitantes de Tahol, a los que cubre el velo que baja del Cielo. [...] los camelleros no encuentran Tahol en sus rutas porque la ventisca les aparta los ojos de la vista de su valle. Ni siquiera los extranjeros codiciosos que caminan largo trecho al sol soñando con tesoros llegan ya a [Tahol, porque] los viajeros que han hollado su suelo pedregoso en busca de riquezas han vuelto a sus casas meneando las cabezas con pesar y diciendo: "El Rey de Tahol no tiene minas, ni bosques de cedros ni grandes viñas plantadas en las riberas de los ríos caudalosos repletos de peces. El Rey no vive en un palacio de piedra. Como una bestia que huyera de los hijos de mujer, así vive el Rey de Tahol, león escondido en una cueva."

De paz inveterada goza el reino porque ningún ejército ha llegado a sus puertas, ni lo han asediado en ningún siglo los soldados de otros reyes porque nadie ha ambicionado nunca ser dueño de un alfoz tan estéril. Y sin embargo, todos los súbditos de Tahol tienen los bienes precisos para vivir con holgura, incluso cuando los pozos se secan, o cuando se adelanta el final de la temporada de los pastos, porque Tahol da culto al único Dios vivo, como hace Israel, y se congratula en tomar en sus manos la Ley y la lee con solemnidad en su templo el día del descanso. Prescrita tiene a sus súbditos la Ley de Moisés y la observa con más rigidez que si fuera propia.

Al nacer sus súbditos, Tahol les entrega una bolsa de piel nueva con mil monedas de una aleación única que él mismo amalgama. Sólo el hijo del león puede comunicarse con el Rey todos los días y sólo el hijo lo ha visto fundir los metales en el crisol y sabe acaso de dónde proceden y en qué proporción han de mezclarse para conseguir la materia preciosa con que están hechas las monedas. Y cuando el primer día de la vida de un niño el hijo del Rey entrega la bolsa con mil monedas, recuerdan todos que a ninguno faltó una bolsa idéntica el día que nacieron y muchos besan las manos del hijo y bendicen el nombre de su Rey.

[Continúa]

DE TALENTOS Y OTRAS SAGAS (I)

La noticia venía el verano pasado en las secciones de cultura de los diarios, pero por aparecer tan sin resaltes, tan sin reclamos desde otras páginas de más rango -ocupadas ya por entonces con la temblorosa situación de la economía- era lógico que nadie prestase atención al hallazgo en la biblioteca de la Universidad Complutense de unos negativos fotográficos que a primera vista parecían serlo simplemente de un documento antiguo. Lo grande del asunto es que, al contrario de lo que suele ocurrir con este tipo de invenciones polvorientas, a los pocos días de indagar sobre su origen, el propio personal de la biblioteca había averiguado meritoriamente casi todo lo que se podía saber sobre las fotografías y -acaso con un poco menos de mérito, como se verá- prácticamente todo sobre el propio objeto fotografiado.

El documento de esas imágenes fue descubierto junto con otros, no se sabe muy bien cuántos, en 1949 dentro de una galería que partía del interior de un pozo al Sur de Jericó, y en las fotografías ampliadas y admirablemente iluminadas que se han mostrado hasta hace pocos días en la sala de exposiciones de la biblioteca universitaria se ve cuidadosamente desenrollado sobre una alfombra cárdena, expuesto fuera de la tinajilla de barro que lo preservó durante casi dos mil años.

No es ésta la propia tinaja, sino otra coetánea encontrada en Qumran.

Los breves de la prensa adelantaban -ya se sabe que la premura informativa acaba por dejar muchas veces en el aire datos, que sólo con algún esfuerzo pueden confirmarse después- que con toda probabilidad se trataba de una parte sin catalogar del material depositado en la biblioteca de la Facultad de Filología por Don Tomás Palazuelos a su jubilación. El conjunto en cuestión consistía en los negativos ya citados y en una moleskine de octavilla completamente escrita a lápiz aparentemente por el propio Don Tomás.

El Prof. Palazuelos, bien conocido en medios académicos por sus monografías sobre la mitología del Norte de España y experto de prestigio internacional en lenguas clásicas, debía ser cuando vio por primera vez el pergamino un sencillo ayudante de cátedra en viaje de estudios por Egipto. Las notas de su agenda permiten concluir que, impaciente ante la posibilidad de perder la joya que su curiosidad deambulatoria le ponía a tiro, telegrafió en medio de considerable excitación a su Facultad en Madrid notificando el hallazgo y solicitando del Decano que le girase con premura la que a él debió parecerle irrisoria cantidad de diez mil pesetas. La reacción debió ser sonada, porque algunos alumnos de la Facultad aseguran que aun hoy en las noches de plenilunio pueden oírse ecos de las carcajadas del difunto señor Decano cuando leyó el telegrama del joven Palazuelos. No, no tuvo éxito el pobre descubridor y hubo de conformarse con sufragar de su particular peculio y llevarse a su casa de Madrid la serie de excelentes fotografías que hoy nos permiten conocer un documento cuyo original -cosas del acceso de las naciones a la independencia- se perdió definitivamente en los incendios cairotas de 1952.

Lo que la providencial intervención de ese joven asturiano amante de las lenguas muertas nos permite ver hoy es una colección de textos en clarísimo griego que contienen varias narraciones de intenso sabor oriental. De entre todas las cuales, la que tuvo que servir de sustento a una de las parábolas de Cristo es con mucho las más hermosa desde el punto de vista literario y merece ser dada a conocer fuera del estricto ámbito científico en el que resulta previsible que por el momento resida. Está casi completa, y si el autor de este blog se va a atrever a divulgarla como propia en sucesivas entradas no es porque pueda traducir con soltura el griego que escribían los judíos helenizados del siglo I a. d. C., sino por el hecho asombroso de que la misma curiosidad deambulatoria que condujo a Palazuelos hasta el pergamino, ha llevado a quien suscribe hasta una versión al español de ese texto que parece escrita por el mismo puño -quisiera uno creer que con el mismo lápiz- que llenó la agendita negra con la goma elástica rota que se ha exhibido hasta hace poco en una urna de la sala de exposiciones de la biblioteca de la Universidad Complutense. Conste que el copyright queda reservado a sus legítimos dueños, quienesquiera que sean.

01 octubre 2008

LA OBRA SE JUZGA SOLA

Por si alguno de los simpáticos lectores y comentaristas de este blog no tiene la dicha de poder pasearse por la Plaza de la República Dominicana de Madrid, y por si quiere corroborar comodamente, sin salirse de estas páginas, cuanto sobre el monumento a las víctimas del terrorismo se ha dicho aquí en alguna entrada anterior, se muestran encima y debajo de estas letras dos perspectivas de la cosa. Son tan claras y están tan bien hechas que se comentan por sí solas. Aunque para tener cabal percepción de cómo es el "monumento" conviene que quien pueda se dé una vuelta y lo vea.

¿Habrá alguna cosa más fea que ésta puesta a propósito en las calles de la villa para público ornato, perpetua memoria y deleite de paseantes?

Se admiten sugerencias.

01 septiembre 2008

LO QUE NOS PERDEMOS

En este presente nuestro habría que ver a Hipócrates soltando eso de que ars longa vita brevis, pero sentado frente a un ordenador con el gúguel y la güiquipedia a su servicio. Terrible, oiga: qué dispendio de horas... Algo habrá que poner aquí algún día sobre el valor del tiempo, que estamos que lo tiramos e igual va y hasta nos queda poco que tirar. En fin.

El caso es que parece que a finales de los sesentas algún ornitólogo avispado constató que los vencejos (apus apus, si es que hay que decirlo) comen, duermen y copulan en el aire. Volando, o sea. Y que únicamente se posan para poner, incubar los huevos y criar mínimamente a sus polluelos, tareas estas últimas que no les ocupan en su conjunto más allá de tres meses de cada año. Hombre, es verdad que tendría muchísimo mérito que también pudieran poner huevos e incubarlos en el aire, y es igualmente cierto que ya sólo lo de la cópula en vuelo da para un rato de bromas, pero vamos a dejarnos de malabares, que nos dispersamos.

Lo cual que según esta información los vencejos permanecen en vuelo durante -agárrate, Fermina- nueve meses al año sin interrupción. Y que todo eso empieza una buena mañana cuando las crías sin necesidad de aprendizaje previo alguno abandonan el nido volando tan ricamente para no volver jamás.

El que escribió el artículo (éste) en la güiquipedia afirma que cuando llega esa hora violeta de las noches de verano en que comienza uno a ver en el aire más murciélagos que vencejos, lo que las aves hacen en realidad con gran discreción es remontar su vuelo hasta los dos mil metros de altitud y dormir allí en las alturas. Eso sí, aseguran que durante el sueño reducen el aleteo de los habituales 10 movimientos por segundo a tan sólo 7. Así cualquiera.

20 agosto 2008

EXPLICACIONES (y II)

Total que al final quedó satisfecha Doña Fernanda y ahora va Gabriel y se molesta porque se haya comparado a los hombres con los perros.

"¿En serio que tienes perro, macho? ¿En Madrid, viviendo en un apartamento y trabajando como abogado y todo lo demás, tienes tiempo de cuidar un perro? Lo tuyo es de placa y banda, o mejor aún de encomienda... de la Real y Meritoria Orden de San Antonio Abad. Mañana mismo hablo con unos amigos y te proponemos, te proponemos..."

Con toda seguridad la Real y Meritoria Orden no existe -aunque quizá debería- pero lo que sí es cierto es que Josu Jon -blanco y canela de la raza shi-tzu- es un excelente y despierto compañero. Puede que Gabriel no se haya dado cuenta, pero los perros están pendientes de las caras de sus amos. Reaccionan al menor movimiento de ojos, a la mínima mueca de las personas a quienes miran con perruna atención. No serán inteligentes estos animales, pero está claro que los humanos hemos seleccionado para su crianza a los ejemplares que mejor aparentan serlo.

Por eso la comparación. Algunas personas viven tan en automático, tan sin preguntarse a si mismas si su vida tiene algún sentido, tan pendientes de lo nimio... que al presenciar sus afanadas idas y venidas, al ver a qué y cómo prestan atención y conceden importancia, uno no puede evitar acordarse del perro. Como éste, muchos hombres parecen actuar inteligentemente, pero en realidad no se detienen y piensan a qué dedican su tiempo o por qué hacen lo que hacen. Igual que Josu. De ahí la idea de que dudar, plantearse y replantearse la propia existencia, vivir con alguna tensión, le parezca a uno tan adecuada y propiamente humana.

"Ya, ya... y a mi que me parece que lo que tú querías era soltar en el blog que tienes un perro."

Pues sí. También.

19 agosto 2008

EXPLICACIONES (I)

Una lectora, podría decirse que enfadada, de este blog pide en su mensaje explicaciones sobre algo publicado hace ya más de tres años. La entrada a que hace referencia es ésta y la señora manifiesta con especial intensidad, en todo caso con absoluta corrección, su sorpresa e inquietud por el contenido del último párrafo, que –por cierto, no sin cierta desvergüenza- se reproduce aquí de nuevo:

Para mi ¡qué difícil equilibrio! Ahorrar penas. Cortar alas. Mentir. Adormecer. O dejar sufrir. O dejar volar. Y callar. Y avivar almas."

Alguien dijo con gran acierto que se recuerda mucho mejor lo que se lee que lo que se escribe. Prueba de lo cual puede muy bien ser que cuando pasa el tiempo y se revisa lo escrito por uno mismo, se tiene la impresión de que lo que se pone ante los ojos no es criatura nuestra, que otro -con el que acaso y en primera apariencia podrían compartirse algunas afinidades- lo pensó y lo escribió, y aun eso no del todo bien. Y sin embargo, en este concreto caso la cosa no es así.

Porque las líneas que irritan a la sensible correspondiente las reconoce plenamente como propias quien al escribirlas -conceptista incorregible él y por lo mismo muchas veces difícil de entender, insufrible de leer- lo que en realidad quería contar era que dudaba sobre la mejor manera de criar a sus hijos. Será que cuando se tienen cuarenta años y al propio cuidado dos planticas en sus primeros brotes, se le gasta a uno en pensar cómo regarlas y cuánto, con qué frecuencia podarlas, si abonarlas, a cuánta luz exponerlas y en qué suelo cavarlas, más tiempo que en ver de expresar con claridad todas esas dudas.

Dudar no está mal. Es algo intrínsecamente humano. Josu Jon, un perro de raza oriental que comparte muchos ratos con el responsable del enfado de la lectora, no duda nunca. Nada. Y no porque no pueda tomar decisiones. Al contrario: el animal decide si mostrarse cariñoso o huidizo con su amo, si comer ahora o después, si olisquear esta farola o aquel alcorque, y actúa en general –siempre dentro de la autonomía propia de su condición de perro y sin más cortapisas que las que le imponen la conveniencia de su amo y las ordenanzas municipales- con el mismo aplomo, similar aparente desenvoltura, con que se conducen muchos hombres con los que nos cruzamos todos los días.

Puede que merezca la pena seguir con esto. Pero será otro día. Tendrá que esperar aún un poco más la amable lectora para ver completamente satisfecha su demanda de explicaciones.

11 agosto 2008

DEAR TOOTS

La señorita Mary Anderson, miembro en 1983 del claustro de la Bishop Guilfoyle High School de Pennsylvania, vestía con la modestia que cabía esperar de una profesora de lengua inglesa que trabajase como ella para el señor Obispo de la diócesis de Altoona-Johnstown. Sus vestidos de largas faldas, su figura desgarbada y el modo en que se peinaba indujeron a unos cuantos de sus inmaduros alumnos -diecisiete abriles contaba el que más por entonces- a llamar Tootsie a la pobre señorita.

El sobrenombre no tenía la mínima intención vejatoria, aunque prudentes nos guardásemos muy bien de pronunciarlo en su presencia. En realidad, a los que lo usábamos nos parecía que aquella manera un poco cursi de gesticular, aquel dirigirse a nosotros con el deferente Mister o Miss seguido de nuestros apellidos (el equivalente en español a llamar de Usted) y esa voz deliciosamente aflautada con que pasaba lista, hacían que nuestra maestra se pareciera demasiado al personaje que Dustin Hoffman había interpretado el año anterior en la película jolivudense del mismo nombre, como para dejar pasar la ocasión de identificarla con él.

Todos queríamos a Toots, como la llamábamos en la más apocopada e íntima de las versiones de su mote, y todos respetábamos el modo en que se le transparentaba la solteronez al recitar The Road not Taken de Frost, o la pasión con que nos incitaba a leer una y otra vez en clase las escenas de locura de Hamlet. Toots hacía muy bien su trabajo. Y no parecía costarle mucho. Luego se aprende que eso pasa cuando uno hace lo que le gusta, incluso si lo que a uno le gusta es, por increíble que parezca, desasnar adolescentes.

Mi amiga Tab, que en 1983 estaba en otro curso por no frisar siquiera los dieciséis, pero que se reía igual a carcajadas cuando el único español gamberro de la escuela imitaba a la profesora, me escribió ayer que Toots está en el Hospital gimiendo de dolor porque, después de muchos meses de bregar, los médicos no pueden evitar ya que un tumor termine de taladrarle el cerebro. Me pide Tab que rece para que Dios le dé valor para no huir del lado de la cama de nuestra maestra enferma y me dice que pida al Señor para que saque fuerzas de las flaquezas de ambas y del miedo que comparten estos días.

Rezo. Y pienso que si alguien pasa por aquí y aguanta hasta esta línea quizá quiera rezar conmigo por mi maestra y su cuidadora.

Dios se lo pagará.

04 agosto 2008

CANDIDEZ

Piensa uno que, como se repiten hora tras hora en los boletines de la radio o con periodo aun más breve en esos tiovivos informativos en que consisten los canales de televisión dedicados a las noticias, las que llaman nuestra atención van a estar siempre ahí orbitando alrededor de un centro incógnito e inmutable habitado por la diosa Verdad. Pero naturalmente no es así. Esa semidiosa de genio caprichoso y atolondrado que llaman Actualidad monta y desmonta del carrusel a unas y a otras y permite a éstas dar dos vueltas más mientras hace apearse a aquéllas cuando apenas si hace unas horas que se han subido al caballito. Y así sucede que, un poco por pereza del receptor y otro poco por la propia naturaleza del método empleado para comunicárnoslas, no se sabe al final con certeza si las noticias que uno oyó o vio existieron alguna vez tal y como se creyó haberlas visto u oído

Da igual. Lo dijera de manera más o menos próxima a como a continuación va transcrito, lo cierto es que resulta muy posible que una política criada en Albacete, encumbrada recientemente por su partido a puesto de gran responsabilidad, se hubiera enfundado hace unos días en un traje blanco, hubiera tomado un ramo de flores blancas y a la vez que las depositaba a los pies de un grupito escultórico que pese a su indescriptible fealdad intenta honrar la memoria de doce guardias civiles que mató la ETA por principal mano de un asesino que acaba de salir de prisión, con blanca si aplomada voz pudiera haber dicho, precisamente en el calor de un acto de homenaje a aquellos doce pobres hombres, algo tan estúpido como lo siguiente:

"Si tenemos leyes que dejan salir a los asesinos a la calle, si tenemos leyes capaces de hacernos sentir tan indignados como nos sentimos ahora, entonces las tendremos que cambiar. Porque no hay que olvidar que en democracia las leyes deben responder a la sensibilidad ciudadana"

Como sería raro que una abogada del Estado se sorprendiera al comprobar que existen leyes que no sólo permiten sino que mandan poner en libertad a los delincuentes que han saldado sus cuentas con la Justicia, deberíamos imaginar que -de haberse despeñado de tal modo por la sima del marujilpopulismo- lo que esta señora en realidad querría haber dicho es que para según qué delitos las penas que contempla el Código Penal deberían endurecerse e incluso que, sosegado el ánimo, habría que pararse a pensar si la cadena perpetua y la pena de muerte son posibilidades punitivas que hay que examinar con más ciencia y con menos prejuicios, aunque sólo sea para intentar dar solución a ciertos graves problemas de política criminal.

De igual modo habría que descartar la posibilidad de que esta ilustre jurista, en el colmo de la estolidez, hubiese querido hacer bandera de la idea según la cual lo que las leyes "nos hacen sentir" constituye uno, si no el primero, de los criterios para mantener su vigor, modificarlas o derogarlas. Proposición esta según la cual, si las leyes nos hacen sentir bien, las mantenemos en los códigos; si nos hacen sentir indignados las modificamos y si nos hacen sentir mal, pero que muy mal, las abolimos. No, no. Esto no puede ser: seguro que no pudo haberlo dicho así, porque para cualquier político digno -y ella esto último lo parece en grado sumo- el único criterio inteligente para dictar, enmendar o derogar leyes es su mayor o menor grado de Justicia, y no el modo en que hagan sentir a nadie.

Y es que lo de la sensibilidad ciudadana no pasa de pura cursilería. En democracia, como en cualquier otro régimen político que aspire a no ser una tiranía, lo que debe guiar el espíritu del legislador es el deseo de alcanzar Justicia, o sea: proteger al más débil respetando siempre ciertas libertades individuales que -nos pese más o menos en según qué momentos de la historia- han de ser igualmente reconocidas a todos los que estén en idénticas circunstancias.

Por eso no hay que perder la esperanza de que en breve plazo, y siquiera sea para sacarnos del error a los que creímos haber oído semejante ejemplo de parvulez política e intelectual, la bella manchega se ciña el refajo que seguramente tiene ya listo y planchado para la feria de septiembre, adelante la calzada del moño de picaporte y nos diga alto y claro que ciertamente no dijo lo que nos pareció oír.

31 julio 2008

EL PADRE DE BRUNO

Bruno tiene casi ocho años y me miraba hoy divertido mientras yo, cubiertas apenas mis vergüenzas por unos calzoncillos que me vienen pequeños, daba curso al ritual mañanero del afeitado. El crío estaba sentado en mi cama y desde su altura debía tener una perspectiva de mi cuerpo de la que no he sido consciente hasta oír su pregunta:

Oye, papá... ¿quién es más fuerte: Félix o tú?

Félix es el socorrista de la piscina de la casa donde vive Bruno. Un tipo estupendo que terminó sus cinco años de estudios de educación física hace poco y que prepara oposiciones para entrar en el Cuerpo Nacional de Policía.

Hombre, quizá Félix sea más fuerte, porque entrena todos los días y eso... pero -me he sentido obligado a mantener el tipo ante semejante comparación- estoy seguro de que si tuviéramos que luchar, yo lo inmovilizaría. Ten en cuenta que aunque yo no entrene todos los días soy más grande que él y que si le caigo encima no podría zafarse de mi presa tan fácilmente.

Unos segundos de silencio han bastado para que Bruno, gran rumiador, haya fundado dudas más que razonables acerca de lo verosímil de mi afirmación y para que yo haya advertido, previa disimulada mirada a la zona baja del espejo, que la panza que cuelga de mi abdomen irredento oculta ya sin piedad la goma elástica de la parte delantera de los calzoncillos.

Pues yo creo que si Félix te tuviera a ti encima, como dices, haría así y se libraría antes de que el árbitro te diera ningún punto.

El crío se había tumbado para entonces en la cama y a un grito ininteligible que imagino imitaba la voz de un luchador en plena acción, ha imprimido a su cuerpo un movimiento como de látigo mientas fingía librarse de un rival que supuestamente lo hubiera mantenido hasta entonces pegado al tapiz imaginario en que de repente se había convertido la colcha.

El asunto empezaba a complicarse y como yo sólo tenía media cara rasurada, he empezado a dudar entre echar mano del batín y ocultar el objeto de curiosidad de mi hijo o mandarlo a la sala a ver la televisión. Ninguna de las dos opciones me ha parecido honrada intelectualmente, así que me he dejado resbalar por el primitivismo pedagógico:

Mira, deja que termine de afeitarme y verás cómo no es tan fácil eso que tú dices.

A Bruno esto le ha parecido una gran idea, así es que ha esperado pacientemente a que yo terminase de afeitarme y se ha prestado con gran alegría a colaborar en la demostración de fuerza de su padre.

Me he tumbado cuidadosamente sobre él -130 kilos de carne, tocino y hueso pueden manejarse con primor si la circunstancia obliga- y descargando apenas una parte de mi peso sobre su cuerpecico de alondra le he dicho:

Ea, venga, a ver cómo te libras tú de esto.

Cinco segundos de bufidos y risas después, el crío ha desistido y yo me he levantado convencido de que había salvado la cara por una vez. Estaba seguro de que Bruno me veía ahora como un templo de tiarrón, como alguien a quien no resulta tan fácil mojar la oreja.

Nos hemos vestido, hemos sacado a pasear al perro y después hemos entrado a desayunar en el bar de abajo -mi nevera está temblando y nunca encuentro el momento de ir a la compra- así es que para cuando Bruno y yo estábamos dando cuenta de unas tostadas de aceite, yo no me esperaba que el asunto volviese a aflorar.

¿Sabes qué, papá? Yo cuando sea mayor, aunque no gane a lucha libre, prefiero no ser gordo.

Me he dejado la tostada.

23 julio 2008

VIOLENCIAS (y II)

Íbamos hablando mi amigo Gabriel y yo el otro día de la violencia -esto fue después de lo del último blog- y va el muy taimado y me suelta:

"Mira, no creo que se entienda eso que has escrito. Una cosa es que el otro día reflexionase yo sobre lo torcido del uso del lenguaje al hablar de violencia de género... porque ya sabes que pienso que si se emplea esa expresión, entonces habría que hablar también de violencia de número (cuando, por poner un ejemplo, diez tíos le propinan una paliza a otro) o de violencia de caso cuando a uno se la aplican por lo vocativo, lo dativo o, lo que puede ser aun peor, por lo ablativo... y otra cosa distinta es esa defensa que haces tú de la violencia legítima. Eso, mi querido amigo, no va a haber quien te lo compre"

Me paré a pensar en esto y necesité un buen rato y un esfuerzo no pequeño para aclararme las ideas. ¿Por qué creía mi amigo que yo era un defensor de la violencia? ¿Sólo porque había manifestado con ingenuidad colegial que en según qué circunstancias el uso de la fuerza puede ser legítimo?

Pues sí. Gabriel llamaba la atención sobre el hecho de que el término violencia no tiene hoy en español más que connotaciones negativas. Pero yo, que tengo vocación de guardia urbano, lo que de verdad hacía era preparar el terreno para quejarme acremente por el hecho de que se tolere y aun se fomente y encarezca la utilización de palabras de carácter general cuando el empleo de las que la lengua reserva para referirse con precisión a algunos significados ocasiona molestias o simplemente comunica con demasiada claridad algo que se quiere ocultar. Veamos un ejemplo: ¿Constituye una inexactitud llamar "violento" a un joven de Usúrbil que patrióticamente enardecido le descerraja dos tiros en la cabeza a un guardia civil?

"Hombre, pues mira... pasando por alto eso que acabas de decir del ardor patriótico, que no me cuadra nada, pero que me temo que algún día me querrás explicar, lo cierto es que llamar violento al usurbildarra me parece exacto. De hecho se merece..."

Mandar callar a Gabriel con un "para, para" es algo peligroso. Se irrita cuando no se le deja hablar. Dice que ya le quitan la palabra en los Juzgados suficientes veces como para que también los amigos le privemos del placer de expresarse sin interrupciones, pero en esta ocasión, quizá porque pensase que yo tenía algo juicioso que decir, permitió que le cortaran el discurso sin ni siquiera arrugar el entrecejo.

Yo creo que llamar violento a un terrorista es una solemne estupidez: en el mejor de los casos para quien quiera hacerlo, esto equivale a llamar manipulador de alimentos a un envenenador. Y pienso además que consituye un grave error dialéctico consentir en el uso del término "violentos" para referirse a los terroristas, a los violadores o a los asesinos. Porque al hacerlo se universaliza una idea según la cual podemos referirnos con la misma palabra a uno de esos malnacidos que pegan a su mujer hasta matarla y a Don Luis Daoíz o a Don Pedro Velarde. Y yo me niego.

10 julio 2008

VIOLENCIAS (I)

"Pero bueno, macho, tú estarás de acuerdo conmigo en que esa expresión que se empeñan en hacernos tragar, lo de la violencia de género, no es más que una manipulación del lenguaje que trata de confundir género con sexo, ¿no?

Como Gabriel es un tipo inteligente y suele decir cosas sensatas y además en ese preciso instante me estaban pidiendo el carné para entrar en sala, no me he parado a pensar en lo que me decía y para salir del paso he utilizado una habilidad, tan detestable como socorrida, que aprendí de joven y que consiste en emitir un sonido gutural, similar a palabras, que en artística combinación con el ruido de los pasillos de los Juzgados y con un oportuno giro de cabeza, produce el efecto de dejar al interlocutor en la duda de si le han respondido algo o si simplemente ha tenido la ventura de escuchar el canto de un sisón.

Pero Gabriel no se merece ese trato, así es que he pensado que bien podía resarcir a mi colega prestando ahora atención a su opinión y pensar algo sobre la violencia y escribirlo en el blog, y eso es lo que va a continuación.

Una de esas mentiras que corren por ahí y que a fuerza de repetirse han adquirido fuerza inusitada consiste en afirmar que toda violencia es mala. No importa quién la ejerza, ni cómo, ni por qué. En el pensamiento blando que todos profesamos en mayor o menor grado hoy, la pura idea de violencia merece ser rechazada de plano. Pero al hacerse esto, se olvida que hay circunstancias en que el ejercicio de la fuerza sobre las personas y las cosas es legítimo y que no todas las formas de violencia son acreedoras de reproche.

Pero mañana seguimos con esto, Gabriel, que la cosa parece que da para más. Por lo menos ha quedado claro que estoy arrepentido de no haberte hecho más caso esta mañana, ¿o no?

"Nada, hombre, no tenías que haberte molestado. La próxima vez que quieras largar algún rollo en el blog, me lo dices y te doy pie otra vez"

Lo que vale Gabriel.

07 julio 2008

ESPAÑA

Un día, hará ya más de año y medio, mis amigos Javier y Rosa me convidaron a almorzar en su casa junto con un leonés de pro que fue ministro fugaz del último gobierno franquista y que destacó allá por 1976 como activo defensor en las Cortes de la Ley para la Reforma Política. Un prohombre cuya brillante oratoria fue decisiva para que aquellos procuradores de franela fina y varondandy se hicieran, como finalmente se hicieron, el famoso hara-kiri político que abrió las puertas a la legislación constitucional hoy vigente.

Estuvo la comida entretenidísima y disfruté de la conversación inteligente y amena hasta pasadas las cinco de la tarde. Y sin embargo, siempre recordaré con extrañeza la respuesta de aquel distinguido invitado a la pregunta que le dirigió mi amigo Javier en relación con la supuesta ruptura de España. Ya saben: a algunos les parecía por entonces -no sé si les sigue pareciendo ahora- que casi todo lo que el gobierno del Sr. Zapatero había hecho desde que accedió al poder y hasta el día en que se estaba celebrando aquel almuerzo, tenía a España al borde de su efectiva desaparición como sociedad política.

Hoy, al revisar las fotos magníficas (una de las cuales está aquí junto a estas letras con agradecido reconocimiento de su copyright) que mi amiga Sabrina ha hecho de la celebración pública de la reciente victoria de la selección española en la Copa Europea de Fútbol, ha venido a mi mente, como un eco de aquella agradable sobremesa en casa de Javier, la respuesta del político retirado, dicha sin inquietud, con la tranquilidad de quien habla en privado, sin mover una ceja:

«España acabará por ser poco más que una realidad sólo cultural. »

No sé si el exministro del general Franco tendrá razón. No sé si eso que pronosticó acabará por ser verdad, pero se me ocurre que convertir -dejar que se convierta- la peculiar manera que tanta gente tiene de insertarse en el mundo -lo español, y con ello su referente político: España- en circunstancia exclusivamente cultural sería una traición (consciente soy del uso peligroso de ese término) a cuantos ya no viven y concibieron España como un lugar en que defender lo propio frente a lo ajeno, como la casa en la que reclamar a los iguales que respeten los derechos de cada uno, como el bancal que merece la pena cavar aun a sabiendas de que las cosechas buenas no podrán recogerlas más que los hijos.

02 julio 2008

¡CÓMO ESTÁN LAS COVACHUELAS!

Que dijo el ministro Sebastián ayer, o anteayer -que, la verdad, no me acuerdo bien-, que de todas las burbujas la peor no es la inmobiliaria, ni tampoco la financiera. Que la peor es la petrolífera. Así lo dijo, como suena: la petrolífera. O sea, la que contiene petróleo. Fero, fers, ferre, tuli, latum. ¿Dónde estaría Miguel cuando se lo quisieron enseñar? Porque, por su edad, con él todavía lo intentaron.

A las víctimas de la LOGSE no hay más remedio que excusarlas, y aun compadecerlas, pero a Miguel Sebastián, doctor por dos Universidades, director de servicios de estudio, profesor universitario... ¿Qué decirle? ¿Habrá que elogiarle? No, sino preguntarse si lo que en realidad quiso decir fue burbuja "petrolera". Erró Sebastián en la elección del término, sí, y con él erró la legión de gabineteros, correctores de pruebas, revisores y asesores de distinta índole que tienen por principal obligación evitar que un Ministro diga gilipolleces.

Lo que más miedo dio fue oírsela leer (¡!) desde un púlpito iluminado en verde, a espaldas de una imagen de si mismo del tamaño de una fachada y teniendo por auditorio al Congreso Mundial del Petróleo, a lo más selecto de los expertos mundiales en materia energética, a varios prebostes internacionales y al jefe del Estado para el que trabaja. Le da a uno por pensar que algo anda mal en este mundo cuando a un hombre al que es preciso suponer rodeado de gente valiosa, se le cuela en semejante foro un gazapo de ese tamaño.