18 enero 2010

EL PAPA EN LA SINAGOGA

Ayer Domingo, fiesta de San Antonio Abad, el Papa Benedicto XVI visitó la sinagoga de Roma. Fue una visita en la línea de la del Venerable Juan Pablo II al mismo lugar hace ya más de veinte años. Una visita en la que -siguiendo las directrices de la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II- el Papa resaltó con gran humildad, caridad y elegancia todas aquellas cosas que unen a cristianos y judíos.

El discurso pontificio con esa ocasión, tras un amplísimo y sincero reconocimiento de lo que los cristianos europeos hicimos a los judíos el siglo pasado -y específicamente de lo que les hicieron los compatriotas del Papa- estableció un vínculo, nada intrascendente desde el punto de vista diplomático, entre la práctica actual de la religión judía y las complejísimas circunstancias de los Santos Lugares y pasó -en tono ya abiertamente teológico- a considerar cuántas realidades espirituales comparten hoy quienes practican una u otra religión.

Un análisis de los diez mandamientos sirvió para llevar al Santo Padre a señalar específicamente tres áreas en las que la colaboración entre judíos y cristianos puede y debe ser más intensa y fructífera: el reconocimiento del único Dios frente a los modernos becerros de oro, el compromiso en la protección de la vida humana y la defensa de la santidad de la familia.

Hubo, sin embargo, una concreta referencia en el -por otra parte muy hermoso- discurso de ayer que planteó alguna dificultad al que suscribe. El desconcierto que a éste le producen ésa y otras declaraciones papales en la misma dirección justifica posiblemente el atrevimiento ignorante de preguntar en voz alta por todo esto.

Esta es, en cuestión, la cita del dicurso papal que se quiere considerar:
"Los cristianos y los judios tienen una gran parte de su patrimonio espiritual en común: oran al mismo Señor, tienen las mismas raíces y sin embargo siguen siendo frecuentemente unos desconocidos los unos para los otros. Es nuestro deber, [...]"
Si el Papa lo dice, sin duda será que los cristianos y los judíos compartimos un mismo Señor -o sea: un mismo Dios-, pero alguien sigue por aquí sin enterarse de qué argumentos ha de oponer a los que torpemente esgrimió hace ya unos meses
aquí cuando intentó explicar por qué cree que al orar como cristiano no se dirige al mismo Señor que los judíos.

Quizá alguien le ayude.

14 enero 2010

QUESTIONES SUPER ECCLESIA CHRISTI - SECUNDA

De las cuatro preguntas con sus respuestas que la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó en un documento de hace dos años y que venimos analizando en esta serie de entradas del blog se prestará atención hoy a la segunda, que a continuación se reproduce:
"
RESPUESTAS A ALGUNAS PREGUNTAS ACERCA DE CIERTOS ASPECTOS DE LA DOCTRINA SOBRE LA IGLESIA
[…]

Segunda pregunta: ¿Cómo se debe entender la afirmación según la cual la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica?

Respuesta: Cristo «ha constituido en la tierra» una sola Iglesia y la ha instituido desde su origen como «comunidad visible y espiritual»[5]. Ella continuará existiendo en el curso de la historia y solamente en ella han permanecido y permanecerán todos los elementos instituidos por Cristo mismo [6]. «Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica […]. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él» [7].

En la Constitución dogmática Lumen gentium la subsistencia es esta perenne continuidad histórica y la permanencia de todos los elementos instituidos por Cristo en la Iglesia católica [8], en la cual, concretamente, se encuentra la Iglesia de Cristo en esta tierra.

Aunque se puede afirmar rectamente, según la doctrina católica, que la Iglesia de Cristo está presente y operante en las Iglesias y en las Comunidades eclesiales que aún no están en plena comunión con la Iglesia católica, gracias a los elementos de santificación y verdad presentes en ellas [9], el término "subsiste" es atribuido exclusivamente a la Iglesia católica, ya que se refiere precisamente a la nota de la unidad profesada en los símbolos de la fe (Creo en la Iglesia "una"); y esta Iglesia "una" subsiste en la Iglesia católica [10]. […]”

Esta respuesta, que sigue a la que explícitamente afirma que tras el Concilio Vaticano II no ha cambiado nada de la doctrina sobre la Iglesia, sino que en los documentos conciliares simplemente se ha desarrollado, profundizado y expuesto con más claridad cuanto la Iglesia ha venido enseñando sobre sí misma en los últimos dos mil años, se nos presenta como una afirmación tranquilizadora, pero plantea en realidad una cuestión problemática:

Por un lado, cuando con cita entrecomillada de la Lumen gentium se nos dice que Cristo «ha constituido en la tierra» una sola Iglesia y la ha instituido desde su origen como una «comunidad visible y espiritual», con toda claridad se nos reitera lo que efectivamente se ha enseñado siempre: que fue voluntad de su Divino Fundador que la herramienta de salvación por él instituida, Su Iglesia, fuese simultáneamente una realidad espiritual consistente en ser el Cuerpo Místico de la segunda persona de la Santísima Trinidad y una realidad material: una sociedad humana dotada de un orden y un gobierno.

A continuación se nos dice -esto es pura novedad conciliar- que esta Iglesia, la Iglesia de Cristo, está presente y operante en las iglesias y comunidades eclesiales que aún no están en plena comunión con la Iglesia católica. ¿Debemos concluir entonces que la Iglesia material, visible en este mundo como una sociedad gobernada por el Papa y por los obispos que le están sometidos, formada por seres humanos y ordenada jerárquicamente, no coincide exacta y exclusivamente con la realidad espiritual de la que hablamos cuando nos referimos a la Iglesia espiritual, al Cuerpo Místico de Cristo?

El magisterio siempre ha enseñado que la Iglesia material –la sociedad humana visible dotada de un gobierno monárquico absoluto- y la Iglesia espiritual –el Cuerpo Místico de Cristo- son ambas las misma y una sola cosa: la Iglesia de Cristo. Esta creencia, firmemente asentada en el depósito de la Fe, es la que justifica que durante dos mil años los cristianos nos hayamos dedicado con igual convencimiento a predicar a Cristo a quienes nunca lo conocieron y a pretender que quienes siendo cristianos no forman parte de la Iglesia volviesen a su seno o entrasen en él por primera vez. Y esto principalmente para evitar que quienes permaneciesen alejados culposamente de la Iglesia pudieran poner en peligro la salvación de su alma.

¿Cómo puede entonces afirmarse, como hace el Concilio Vaticano II, que la Iglesia de Cristo está presente en las sectas cismáticas o heréticas desgajadas del gobierno y la ordenación visibles que el mismo Jesús quiso que tuviera su Iglesia? ¿Qué tipo de presencia es esa?

La segunda idea que completa el panorama es la idea de subsistencia. ¿No abre esto la puerta a la idea -ciertamente problemática- de que la Iglesia de Cristo está presente en las sectas, aunque no "subsiste" en ellas? Porque esto significaría que la Iglesia de Cristo no logra su perfección y plenitud en ellas, pero está sin embargo, presente ahí según afirma una doctrina explícitamente declarada por el Papa cuando era cardenal Ratzinger en su "Communio" de 1992 y en "Dominus Jesus" de 2000.

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[5] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.1.

[6] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio, 3.2; 3.4; 3.5; 4.6.

[7] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.2

[8] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Mysterium Ecclesiæ, 1.1: AAS 65 [1973] 397; Declaración Dominus Iesus, 16.3: AAS 92 [2000-II] 757-758; Notificación sobre el volumen «Iglesia: Carisma y poder», del P. Leonardo Boff, O.F.M.: AAS 77 [1985] 758-759.

[9] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Ut unum sint, 11.3: AAS 87 [1995-II] 928.

[10] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.2.