23 octubre 2008

LA CUESTIÓN DEL ABORTO (I)

Artículo publicado por Julián Marías en ABC hace ya casi quince años. Lo pongo aquí porque estaba escribiendo una cosa sobre este mismo asunto y aproveché para releerlo. Está fresco. Es genial. Lo suscribo de la cruz a la raya.

La espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideren la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral «particular». Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten «por fe»; se entiende, por fe en la ciencia.

Creo que hace falta un planteamiento elemental, accesible a cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que pocos poseen, de una cuestión tan importante, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer. Esta visión ha de fundarse en la distinción entre «cosa» y «persona», tal como aparece en el uso de la lengua. Todo el mundo distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre «qué» y «quién», «algo» y «alguien», «nada» y «nadie». Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: «¿qué pasa?» o ¿qué es eso?». Pero si oigo unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaré «¿qué es», sino «¿quién es?».

Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical «innovación de la realidad»: la aparición de una realidad «nueva». Se dirá que se deriva o viene de sus padres. Sí, de sus padres, de sus abuelos y de todos sus antepasados; y también del oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter, viene de ahí y no es rigurosamente nuevo. Diremos que «lo que» el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es «reductible» a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, en muchos sentidos «única», pero al fin una cosa. Su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante. «Lo que» es el hijo puede reducirse a sus padres y al mundo; pero «el hijo» no es «lo que» es. Es «alguien». No un «qué», sino un «quién», a quien se dice «tú», que dirá en su momento «yo». Y es «irreductible a todo y a todos», desde los elementos químicos hasta sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él.

Al decir «yo» se enfrenta con todo el universo. Es un «tercero» absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre. Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre se dice una insigne falsedad porque no es parte: está «alojado» en ella, implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: «voy a tener un niño»; no dice «tengo un tumor». El niño no nacido aún es una realidad «viniente», que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteroesclerosis avanzada, la extrema senilidad, el coma.)

A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la «interrupción del embarazo». Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración», y con un par de minutos basta. Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte. Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal física y psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal «no debe vivir», ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto -se pensaría que protegido- en el seno materno.

Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la «hembra embarazada»), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto. Se habla de la «mujer objeto» y ahora se piensa en el «niño tumor», que se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de destruir el carácter personal de lo humano. Por ello se habla del derecho a disponer del propio cuerpo. Pero, aparte de que el niño no es parte del cuerpo de su madre, sino «alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre», ese supuesto derecho no existe. A nadie se le permite la mutilación; los demás, y a última hora el poder público, lo impiden. Y si me quiero tirar desde una ventana, acuden la policía y los bomberos y por la fuerza me lo impiden.

El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad y se reduce la maternidad a soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo uso del «quién», de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como una monstruosidad. ¿No se tratará de esto precisamente? ¿No estará en curso un proceso de «despersonalización», es decir, de «deshominización» del hombre y de la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida humana? Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generaliza, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición humana?

Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final.

17 octubre 2008

DE TALENTOS Y OTRAS SAGAS ( y III)

[Sigue]

La moneda del Rey de Tahol no se puede dejar en herencia porque cuando mueren sus súbditos, las piezas de fina aleación que no se han gastado se tornan deleznables y en poco tiempo se transforman en arena como la que abunda en el desierto. No resulta, por tanto, inteligente hacer acopio de semejante metal porque, llegada la hora de su dueño, pierde aquél todo valor y no puede entregarse a los deudos ni aplicarse a sacrificios de ninguna índole. Lo sabio es, pues, gastarlo en vida y con mesura.

El día antes de que cada cual se tienda en la huesa, el Rey lo llama a la cueva y le da a conocer el valor particular que correspondía a la riqueza escondida en la bolsa de piel de carnero que le entregó al nacer. Puede que sólo ese día cada quien conozca cuánto [valían/pesaban] en verdad [las piezas] que en su juventud pagó a un vecino a cambio de un ternero, y si con ellas hubiera podido comprar no sólo un animal sino una hacienda entera; o, por el contrario, si en su vejez y aun sin saberlo ajustó con gran acierto el precio de la huerta que compró a un extranjero a pesar de haberlo hecho con sospecha de entregar por ella más de lo que en realidad valía. Cierto que ese día cada cual sabe con exactitud cuánto pesaba realmente la limosna que entregó al huérfano y el socorro que prestó a la viuda.

Tened vosotros presente, hermanos, que [también a los de] nuestra estirpe se nos entrega un tesoro efímero al nacer y que, como los taholitas, podemos hacer prudente uso de él o disiparlo. Tan necio es quien hace dispendio de su fortuna como el que la entierra en su casa hasta el final de sus días.

09 octubre 2008

DE TALENTOS Y OTRAS SAGAS (II)

Los judíos de Jerusalén, el Consejo de los Ancianos y Leví, saludan y desean prosperidad a Démulo, del linaje de los sacerdotes consagrados, preceptor del Rey de Egipto, y a los hermanos que están en Sameth. A Dios solo debemos el vernos libres de grandes peligros y os escribimos para que celebréis la fiesta de las tiendas en el mes de Quisleu, como hacen los habitantes de Tahol, a los que cubre el velo que baja del Cielo. [...] los camelleros no encuentran Tahol en sus rutas porque la ventisca les aparta los ojos de la vista de su valle. Ni siquiera los extranjeros codiciosos que caminan largo trecho al sol soñando con tesoros llegan ya a [Tahol, porque] los viajeros que han hollado su suelo pedregoso en busca de riquezas han vuelto a sus casas meneando las cabezas con pesar y diciendo: "El Rey de Tahol no tiene minas, ni bosques de cedros ni grandes viñas plantadas en las riberas de los ríos caudalosos repletos de peces. El Rey no vive en un palacio de piedra. Como una bestia que huyera de los hijos de mujer, así vive el Rey de Tahol, león escondido en una cueva."

De paz inveterada goza el reino porque ningún ejército ha llegado a sus puertas, ni lo han asediado en ningún siglo los soldados de otros reyes porque nadie ha ambicionado nunca ser dueño de un alfoz tan estéril. Y sin embargo, todos los súbditos de Tahol tienen los bienes precisos para vivir con holgura, incluso cuando los pozos se secan, o cuando se adelanta el final de la temporada de los pastos, porque Tahol da culto al único Dios vivo, como hace Israel, y se congratula en tomar en sus manos la Ley y la lee con solemnidad en su templo el día del descanso. Prescrita tiene a sus súbditos la Ley de Moisés y la observa con más rigidez que si fuera propia.

Al nacer sus súbditos, Tahol les entrega una bolsa de piel nueva con mil monedas de una aleación única que él mismo amalgama. Sólo el hijo del león puede comunicarse con el Rey todos los días y sólo el hijo lo ha visto fundir los metales en el crisol y sabe acaso de dónde proceden y en qué proporción han de mezclarse para conseguir la materia preciosa con que están hechas las monedas. Y cuando el primer día de la vida de un niño el hijo del Rey entrega la bolsa con mil monedas, recuerdan todos que a ninguno faltó una bolsa idéntica el día que nacieron y muchos besan las manos del hijo y bendicen el nombre de su Rey.

[Continúa]

DE TALENTOS Y OTRAS SAGAS (I)

La noticia venía el verano pasado en las secciones de cultura de los diarios, pero por aparecer tan sin resaltes, tan sin reclamos desde otras páginas de más rango -ocupadas ya por entonces con la temblorosa situación de la economía- era lógico que nadie prestase atención al hallazgo en la biblioteca de la Universidad Complutense de unos negativos fotográficos que a primera vista parecían serlo simplemente de un documento antiguo. Lo grande del asunto es que, al contrario de lo que suele ocurrir con este tipo de invenciones polvorientas, a los pocos días de indagar sobre su origen, el propio personal de la biblioteca había averiguado meritoriamente casi todo lo que se podía saber sobre las fotografías y -acaso con un poco menos de mérito, como se verá- prácticamente todo sobre el propio objeto fotografiado.

El documento de esas imágenes fue descubierto junto con otros, no se sabe muy bien cuántos, en 1949 dentro de una galería que partía del interior de un pozo al Sur de Jericó, y en las fotografías ampliadas y admirablemente iluminadas que se han mostrado hasta hace pocos días en la sala de exposiciones de la biblioteca universitaria se ve cuidadosamente desenrollado sobre una alfombra cárdena, expuesto fuera de la tinajilla de barro que lo preservó durante casi dos mil años.

No es ésta la propia tinaja, sino otra coetánea encontrada en Qumran.

Los breves de la prensa adelantaban -ya se sabe que la premura informativa acaba por dejar muchas veces en el aire datos, que sólo con algún esfuerzo pueden confirmarse después- que con toda probabilidad se trataba de una parte sin catalogar del material depositado en la biblioteca de la Facultad de Filología por Don Tomás Palazuelos a su jubilación. El conjunto en cuestión consistía en los negativos ya citados y en una moleskine de octavilla completamente escrita a lápiz aparentemente por el propio Don Tomás.

El Prof. Palazuelos, bien conocido en medios académicos por sus monografías sobre la mitología del Norte de España y experto de prestigio internacional en lenguas clásicas, debía ser cuando vio por primera vez el pergamino un sencillo ayudante de cátedra en viaje de estudios por Egipto. Las notas de su agenda permiten concluir que, impaciente ante la posibilidad de perder la joya que su curiosidad deambulatoria le ponía a tiro, telegrafió en medio de considerable excitación a su Facultad en Madrid notificando el hallazgo y solicitando del Decano que le girase con premura la que a él debió parecerle irrisoria cantidad de diez mil pesetas. La reacción debió ser sonada, porque algunos alumnos de la Facultad aseguran que aun hoy en las noches de plenilunio pueden oírse ecos de las carcajadas del difunto señor Decano cuando leyó el telegrama del joven Palazuelos. No, no tuvo éxito el pobre descubridor y hubo de conformarse con sufragar de su particular peculio y llevarse a su casa de Madrid la serie de excelentes fotografías que hoy nos permiten conocer un documento cuyo original -cosas del acceso de las naciones a la independencia- se perdió definitivamente en los incendios cairotas de 1952.

Lo que la providencial intervención de ese joven asturiano amante de las lenguas muertas nos permite ver hoy es una colección de textos en clarísimo griego que contienen varias narraciones de intenso sabor oriental. De entre todas las cuales, la que tuvo que servir de sustento a una de las parábolas de Cristo es con mucho las más hermosa desde el punto de vista literario y merece ser dada a conocer fuera del estricto ámbito científico en el que resulta previsible que por el momento resida. Está casi completa, y si el autor de este blog se va a atrever a divulgarla como propia en sucesivas entradas no es porque pueda traducir con soltura el griego que escribían los judíos helenizados del siglo I a. d. C., sino por el hecho asombroso de que la misma curiosidad deambulatoria que condujo a Palazuelos hasta el pergamino, ha llevado a quien suscribe hasta una versión al español de ese texto que parece escrita por el mismo puño -quisiera uno creer que con el mismo lápiz- que llenó la agendita negra con la goma elástica rota que se ha exhibido hasta hace poco en una urna de la sala de exposiciones de la biblioteca de la Universidad Complutense. Conste que el copyright queda reservado a sus legítimos dueños, quienesquiera que sean.

01 octubre 2008

LA OBRA SE JUZGA SOLA

Por si alguno de los simpáticos lectores y comentaristas de este blog no tiene la dicha de poder pasearse por la Plaza de la República Dominicana de Madrid, y por si quiere corroborar comodamente, sin salirse de estas páginas, cuanto sobre el monumento a las víctimas del terrorismo se ha dicho aquí en alguna entrada anterior, se muestran encima y debajo de estas letras dos perspectivas de la cosa. Son tan claras y están tan bien hechas que se comentan por sí solas. Aunque para tener cabal percepción de cómo es el "monumento" conviene que quien pueda se dé una vuelta y lo vea.

¿Habrá alguna cosa más fea que ésta puesta a propósito en las calles de la villa para público ornato, perpetua memoria y deleite de paseantes?

Se admiten sugerencias.