20 agosto 2008

EXPLICACIONES (y II)

Total que al final quedó satisfecha Doña Fernanda y ahora va Gabriel y se molesta porque se haya comparado a los hombres con los perros.

"¿En serio que tienes perro, macho? ¿En Madrid, viviendo en un apartamento y trabajando como abogado y todo lo demás, tienes tiempo de cuidar un perro? Lo tuyo es de placa y banda, o mejor aún de encomienda... de la Real y Meritoria Orden de San Antonio Abad. Mañana mismo hablo con unos amigos y te proponemos, te proponemos..."

Con toda seguridad la Real y Meritoria Orden no existe -aunque quizá debería- pero lo que sí es cierto es que Josu Jon -blanco y canela de la raza shi-tzu- es un excelente y despierto compañero. Puede que Gabriel no se haya dado cuenta, pero los perros están pendientes de las caras de sus amos. Reaccionan al menor movimiento de ojos, a la mínima mueca de las personas a quienes miran con perruna atención. No serán inteligentes estos animales, pero está claro que los humanos hemos seleccionado para su crianza a los ejemplares que mejor aparentan serlo.

Por eso la comparación. Algunas personas viven tan en automático, tan sin preguntarse a si mismas si su vida tiene algún sentido, tan pendientes de lo nimio... que al presenciar sus afanadas idas y venidas, al ver a qué y cómo prestan atención y conceden importancia, uno no puede evitar acordarse del perro. Como éste, muchos hombres parecen actuar inteligentemente, pero en realidad no se detienen y piensan a qué dedican su tiempo o por qué hacen lo que hacen. Igual que Josu. De ahí la idea de que dudar, plantearse y replantearse la propia existencia, vivir con alguna tensión, le parezca a uno tan adecuada y propiamente humana.

"Ya, ya... y a mi que me parece que lo que tú querías era soltar en el blog que tienes un perro."

Pues sí. También.

19 agosto 2008

EXPLICACIONES (I)

Una lectora, podría decirse que enfadada, de este blog pide en su mensaje explicaciones sobre algo publicado hace ya más de tres años. La entrada a que hace referencia es ésta y la señora manifiesta con especial intensidad, en todo caso con absoluta corrección, su sorpresa e inquietud por el contenido del último párrafo, que –por cierto, no sin cierta desvergüenza- se reproduce aquí de nuevo:

Para mi ¡qué difícil equilibrio! Ahorrar penas. Cortar alas. Mentir. Adormecer. O dejar sufrir. O dejar volar. Y callar. Y avivar almas."

Alguien dijo con gran acierto que se recuerda mucho mejor lo que se lee que lo que se escribe. Prueba de lo cual puede muy bien ser que cuando pasa el tiempo y se revisa lo escrito por uno mismo, se tiene la impresión de que lo que se pone ante los ojos no es criatura nuestra, que otro -con el que acaso y en primera apariencia podrían compartirse algunas afinidades- lo pensó y lo escribió, y aun eso no del todo bien. Y sin embargo, en este concreto caso la cosa no es así.

Porque las líneas que irritan a la sensible correspondiente las reconoce plenamente como propias quien al escribirlas -conceptista incorregible él y por lo mismo muchas veces difícil de entender, insufrible de leer- lo que en realidad quería contar era que dudaba sobre la mejor manera de criar a sus hijos. Será que cuando se tienen cuarenta años y al propio cuidado dos planticas en sus primeros brotes, se le gasta a uno en pensar cómo regarlas y cuánto, con qué frecuencia podarlas, si abonarlas, a cuánta luz exponerlas y en qué suelo cavarlas, más tiempo que en ver de expresar con claridad todas esas dudas.

Dudar no está mal. Es algo intrínsecamente humano. Josu Jon, un perro de raza oriental que comparte muchos ratos con el responsable del enfado de la lectora, no duda nunca. Nada. Y no porque no pueda tomar decisiones. Al contrario: el animal decide si mostrarse cariñoso o huidizo con su amo, si comer ahora o después, si olisquear esta farola o aquel alcorque, y actúa en general –siempre dentro de la autonomía propia de su condición de perro y sin más cortapisas que las que le imponen la conveniencia de su amo y las ordenanzas municipales- con el mismo aplomo, similar aparente desenvoltura, con que se conducen muchos hombres con los que nos cruzamos todos los días.

Puede que merezca la pena seguir con esto. Pero será otro día. Tendrá que esperar aún un poco más la amable lectora para ver completamente satisfecha su demanda de explicaciones.

11 agosto 2008

DEAR TOOTS

La señorita Mary Anderson, miembro en 1983 del claustro de la Bishop Guilfoyle High School de Pennsylvania, vestía con la modestia que cabía esperar de una profesora de lengua inglesa que trabajase como ella para el señor Obispo de la diócesis de Altoona-Johnstown. Sus vestidos de largas faldas, su figura desgarbada y el modo en que se peinaba indujeron a unos cuantos de sus inmaduros alumnos -diecisiete abriles contaba el que más por entonces- a llamar Tootsie a la pobre señorita.

El sobrenombre no tenía la mínima intención vejatoria, aunque prudentes nos guardásemos muy bien de pronunciarlo en su presencia. En realidad, a los que lo usábamos nos parecía que aquella manera un poco cursi de gesticular, aquel dirigirse a nosotros con el deferente Mister o Miss seguido de nuestros apellidos (el equivalente en español a llamar de Usted) y esa voz deliciosamente aflautada con que pasaba lista, hacían que nuestra maestra se pareciera demasiado al personaje que Dustin Hoffman había interpretado el año anterior en la película jolivudense del mismo nombre, como para dejar pasar la ocasión de identificarla con él.

Todos queríamos a Toots, como la llamábamos en la más apocopada e íntima de las versiones de su mote, y todos respetábamos el modo en que se le transparentaba la solteronez al recitar The Road not Taken de Frost, o la pasión con que nos incitaba a leer una y otra vez en clase las escenas de locura de Hamlet. Toots hacía muy bien su trabajo. Y no parecía costarle mucho. Luego se aprende que eso pasa cuando uno hace lo que le gusta, incluso si lo que a uno le gusta es, por increíble que parezca, desasnar adolescentes.

Mi amiga Tab, que en 1983 estaba en otro curso por no frisar siquiera los dieciséis, pero que se reía igual a carcajadas cuando el único español gamberro de la escuela imitaba a la profesora, me escribió ayer que Toots está en el Hospital gimiendo de dolor porque, después de muchos meses de bregar, los médicos no pueden evitar ya que un tumor termine de taladrarle el cerebro. Me pide Tab que rece para que Dios le dé valor para no huir del lado de la cama de nuestra maestra enferma y me dice que pida al Señor para que saque fuerzas de las flaquezas de ambas y del miedo que comparten estos días.

Rezo. Y pienso que si alguien pasa por aquí y aguanta hasta esta línea quizá quiera rezar conmigo por mi maestra y su cuidadora.

Dios se lo pagará.

04 agosto 2008

CANDIDEZ

Piensa uno que, como se repiten hora tras hora en los boletines de la radio o con periodo aun más breve en esos tiovivos informativos en que consisten los canales de televisión dedicados a las noticias, las que llaman nuestra atención van a estar siempre ahí orbitando alrededor de un centro incógnito e inmutable habitado por la diosa Verdad. Pero naturalmente no es así. Esa semidiosa de genio caprichoso y atolondrado que llaman Actualidad monta y desmonta del carrusel a unas y a otras y permite a éstas dar dos vueltas más mientras hace apearse a aquéllas cuando apenas si hace unas horas que se han subido al caballito. Y así sucede que, un poco por pereza del receptor y otro poco por la propia naturaleza del método empleado para comunicárnoslas, no se sabe al final con certeza si las noticias que uno oyó o vio existieron alguna vez tal y como se creyó haberlas visto u oído

Da igual. Lo dijera de manera más o menos próxima a como a continuación va transcrito, lo cierto es que resulta muy posible que una política criada en Albacete, encumbrada recientemente por su partido a puesto de gran responsabilidad, se hubiera enfundado hace unos días en un traje blanco, hubiera tomado un ramo de flores blancas y a la vez que las depositaba a los pies de un grupito escultórico que pese a su indescriptible fealdad intenta honrar la memoria de doce guardias civiles que mató la ETA por principal mano de un asesino que acaba de salir de prisión, con blanca si aplomada voz pudiera haber dicho, precisamente en el calor de un acto de homenaje a aquellos doce pobres hombres, algo tan estúpido como lo siguiente:

"Si tenemos leyes que dejan salir a los asesinos a la calle, si tenemos leyes capaces de hacernos sentir tan indignados como nos sentimos ahora, entonces las tendremos que cambiar. Porque no hay que olvidar que en democracia las leyes deben responder a la sensibilidad ciudadana"

Como sería raro que una abogada del Estado se sorprendiera al comprobar que existen leyes que no sólo permiten sino que mandan poner en libertad a los delincuentes que han saldado sus cuentas con la Justicia, deberíamos imaginar que -de haberse despeñado de tal modo por la sima del marujilpopulismo- lo que esta señora en realidad querría haber dicho es que para según qué delitos las penas que contempla el Código Penal deberían endurecerse e incluso que, sosegado el ánimo, habría que pararse a pensar si la cadena perpetua y la pena de muerte son posibilidades punitivas que hay que examinar con más ciencia y con menos prejuicios, aunque sólo sea para intentar dar solución a ciertos graves problemas de política criminal.

De igual modo habría que descartar la posibilidad de que esta ilustre jurista, en el colmo de la estolidez, hubiese querido hacer bandera de la idea según la cual lo que las leyes "nos hacen sentir" constituye uno, si no el primero, de los criterios para mantener su vigor, modificarlas o derogarlas. Proposición esta según la cual, si las leyes nos hacen sentir bien, las mantenemos en los códigos; si nos hacen sentir indignados las modificamos y si nos hacen sentir mal, pero que muy mal, las abolimos. No, no. Esto no puede ser: seguro que no pudo haberlo dicho así, porque para cualquier político digno -y ella esto último lo parece en grado sumo- el único criterio inteligente para dictar, enmendar o derogar leyes es su mayor o menor grado de Justicia, y no el modo en que hagan sentir a nadie.

Y es que lo de la sensibilidad ciudadana no pasa de pura cursilería. En democracia, como en cualquier otro régimen político que aspire a no ser una tiranía, lo que debe guiar el espíritu del legislador es el deseo de alcanzar Justicia, o sea: proteger al más débil respetando siempre ciertas libertades individuales que -nos pese más o menos en según qué momentos de la historia- han de ser igualmente reconocidas a todos los que estén en idénticas circunstancias.

Por eso no hay que perder la esperanza de que en breve plazo, y siquiera sea para sacarnos del error a los que creímos haber oído semejante ejemplo de parvulez política e intelectual, la bella manchega se ciña el refajo que seguramente tiene ya listo y planchado para la feria de septiembre, adelante la calzada del moño de picaporte y nos diga alto y claro que ciertamente no dijo lo que nos pareció oír.