17 octubre 2008

DE TALENTOS Y OTRAS SAGAS ( y III)

[Sigue]

La moneda del Rey de Tahol no se puede dejar en herencia porque cuando mueren sus súbditos, las piezas de fina aleación que no se han gastado se tornan deleznables y en poco tiempo se transforman en arena como la que abunda en el desierto. No resulta, por tanto, inteligente hacer acopio de semejante metal porque, llegada la hora de su dueño, pierde aquél todo valor y no puede entregarse a los deudos ni aplicarse a sacrificios de ninguna índole. Lo sabio es, pues, gastarlo en vida y con mesura.

El día antes de que cada cual se tienda en la huesa, el Rey lo llama a la cueva y le da a conocer el valor particular que correspondía a la riqueza escondida en la bolsa de piel de carnero que le entregó al nacer. Puede que sólo ese día cada quien conozca cuánto [valían/pesaban] en verdad [las piezas] que en su juventud pagó a un vecino a cambio de un ternero, y si con ellas hubiera podido comprar no sólo un animal sino una hacienda entera; o, por el contrario, si en su vejez y aun sin saberlo ajustó con gran acierto el precio de la huerta que compró a un extranjero a pesar de haberlo hecho con sospecha de entregar por ella más de lo que en realidad valía. Cierto que ese día cada cual sabe con exactitud cuánto pesaba realmente la limosna que entregó al huérfano y el socorro que prestó a la viuda.

Tened vosotros presente, hermanos, que [también a los de] nuestra estirpe se nos entrega un tesoro efímero al nacer y que, como los taholitas, podemos hacer prudente uso de él o disiparlo. Tan necio es quien hace dispendio de su fortuna como el que la entierra en su casa hasta el final de sus días.

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