19 febrero 2005

CABEZAS CORONADAS

El único caso de mujer que haya parido a dos reyes de España es, creo, el de María Luisa Gabriela de Saboya: Luis I y Fernando VI fueron hijos suyos. Tenía por tanto esta Reina doble derecho a yacer en el octógono de El Escorial. Pero tanto a ella como a su marido, el delfín melancólico, debió horrorizarles la solemne gravedad del panteón. Y cambió –cambiaron ambos- la concertada, consabida ruta del pudridero a la cripta por una sepultura muy de su gusto en La Granja. Ahora me parece recordarla, junto a la del Rey, en una especie de sacristía en la deliciosamente barroca iglesita del palacio segoviano. El error de malenterrarse lo prolongó el nene, al que su bárbara esposa portuguesa y las paradojas de la historia nacional han puesto a descansar eternamente al lado del Tribunal Supremo. Después, todos al octógono. ¡Qué cosas!

15 febrero 2005

MATAR AL MANDARÍN

Mi amigo Enrique escribió hace ya casi tres años un artículo –“Los niños invisibles” se titulaba- que encabezó con esta cita, atribuida equivocadamente a Rousseau:

«Si para convertirse en el rico heredero de un mandarín al que nunca hubiésemos visto, del que nunca hubiésemos oído hablar y que habitase en el último confín de la China, bastase con apretar un mágico botón que le hiciera morir de tal modo que nunca nadie pudiera atribuirnos esa muerte... ¿quién de nosotros no apretaría ese botón y mataría al mandarín? »

Enrique dedicaba su artículo a pensar, con su habitual penetración, acerca de una especie concreta, gravísima, de casos de conciencia, pero no se detenía a analizar el concepto mismo de conciencia moral. Y a mi es un asunto sobre el que me gustaría mucho oírle hablar alguna vez.

¿Qué nos impide matar al mandarín? ¿Existe un código ínsito en el corazón de todos los hombres que prescriba que matar a un semejante para apoderarse de sus bienes es una acción mala en si misma? ¿No es el temor al castigo lo que nos aparta del mal? ¿Qué es el mal?

14 febrero 2005

ELLA. SIEMPRE ELLA.

¿Es propio de la condición humana el estar confundido? No, lo humano es dudar.

Dudar es empezar a ser libre. Y ser libre es ser hombre.

Mirada con franqueza, sin reducciones, hace sentir vértigo. Mienten los que lo niegan. O no ven. Libertad.

Es preciso no temerla. Entregarse en sus brazos con la mirada limpia y el entendimiento claro.

Sospecho que sólo entonces se puede comprender, si es que comprender se puede.

Por eso aborrezco a los que disimulan el camino que anduvieron. A los que se disfrazan. No sirven las excusas que esgrimen. Eso no es hacer el bien.

Para mi ¡qué difícil equilibrio! Ahorrar penas. Cortar alas. Mentir. Adormecer. O dejar sufrir. O dejar volar. Y callar. Y avivar almas.

13 febrero 2005

EVOLUCIÓN

La verdad es que no sé por qué no he reparado últimamente en esas dos manchas marrones que tiene el sofá en el brazo.

Recuerdo que cuando eran rojas me hicieron enfadar con una criatura de cuatro años que lloraba no sólo por el susto que le producía la sangre que veía manar de su nariz sino también por el que le nacía por dentro al oír a su padre gritar no sé cuántas cosas incomprensibles sobre una tapicería.

Pero un niño de cuatro años apenas sabe qué es una tapicería.

Me molesta la nitidez con que vuelvo ahora a ver el movimiento del pelo de mi hijo zarandeado camino del cuarto de baño, y me asusta recordar la dureza con que le apliqué compresas de agua fría y le grité que parase quieto mientras sobre el suelo cerámico caían gotas redondas y espesas. Hasta que pude taponar con algodón el orificio aquel.

Cuando yo era un niño de cuatro años cualquier gesto de mi padre, cualquier palabra tenía la capacidad increíble de hacer brotar en mi interior de manera casi inmediata alegría o tristeza, calma o tormenta, guerra o paz.

Me alivia pensar hoy que a mi hijo pueda no sucederle lo mismo.