19 febrero 2005
CABEZAS CORONADAS
15 febrero 2005
MATAR AL MANDARÍN
«Si para convertirse en el rico heredero de un mandarín al que nunca hubiésemos visto, del que nunca hubiésemos oído hablar y que habitase en el último confín de la China, bastase con apretar un mágico botón que le hiciera morir de tal modo que nunca nadie pudiera atribuirnos esa muerte... ¿quién de nosotros no apretaría ese botón y mataría al mandarín? »
Enrique dedicaba su artículo a pensar, con su habitual penetración, acerca de una especie concreta, gravísima, de casos de conciencia, pero no se detenía a analizar el concepto mismo de conciencia moral. Y a mi es un asunto sobre el que me gustaría mucho oírle hablar alguna vez.
¿Qué nos impide matar al mandarín? ¿Existe un código ínsito en el corazón de todos los hombres que prescriba que matar a un semejante para apoderarse de sus bienes es una acción mala en si misma? ¿No es el temor al castigo lo que nos aparta del mal? ¿Qué es el mal?
14 febrero 2005
ELLA. SIEMPRE ELLA.
¿Es propio de la condición humana el estar confundido? No, lo humano es dudar.
Dudar es empezar a ser libre. Y ser libre es ser hombre.
Mirada con franqueza, sin reducciones, hace sentir vértigo. Mienten los que lo niegan. O no ven. Libertad.
Es preciso no temerla. Entregarse en sus brazos con la mirada limpia y el entendimiento claro.
Sospecho que sólo entonces se puede comprender, si es que comprender se puede.
Por eso aborrezco a los que disimulan el camino que anduvieron. A los que se disfrazan. No sirven las excusas que esgrimen. Eso no es hacer el bien.
Para mi ¡qué difícil equilibrio! Ahorrar penas. Cortar alas. Mentir. Adormecer. O dejar sufrir. O dejar volar. Y callar. Y avivar almas.
13 febrero 2005
EVOLUCIÓN
La verdad es que no sé por qué no he reparado últimamente en esas dos manchas marrones que tiene el sofá en el brazo.
Recuerdo que cuando eran rojas me hicieron enfadar con una criatura de cuatro años que lloraba no sólo por el susto que le producía la sangre que veía manar de su nariz sino también por el que le nacía por dentro al oír a su padre gritar no sé cuántas cosas incomprensibles sobre una tapicería.
Pero un niño de cuatro años apenas sabe qué es una tapicería.
Me molesta la nitidez con que vuelvo ahora a ver el movimiento del pelo de mi hijo zarandeado camino del cuarto de baño, y me asusta recordar la dureza con que le apliqué compresas de agua fría y le grité que parase quieto mientras sobre el suelo cerámico caían gotas redondas y espesas. Hasta que pude taponar con algodón el orificio aquel.
Cuando yo era un niño de cuatro años cualquier gesto de mi padre, cualquier palabra tenía la capacidad increíble de hacer brotar en mi interior de manera casi inmediata alegría o tristeza, calma o tormenta, guerra o paz.
Me alivia pensar hoy que a mi hijo pueda no sucederle lo mismo.