09 octubre 2008

DE TALENTOS Y OTRAS SAGAS (I)

La noticia venía el verano pasado en las secciones de cultura de los diarios, pero por aparecer tan sin resaltes, tan sin reclamos desde otras páginas de más rango -ocupadas ya por entonces con la temblorosa situación de la economía- era lógico que nadie prestase atención al hallazgo en la biblioteca de la Universidad Complutense de unos negativos fotográficos que a primera vista parecían serlo simplemente de un documento antiguo. Lo grande del asunto es que, al contrario de lo que suele ocurrir con este tipo de invenciones polvorientas, a los pocos días de indagar sobre su origen, el propio personal de la biblioteca había averiguado meritoriamente casi todo lo que se podía saber sobre las fotografías y -acaso con un poco menos de mérito, como se verá- prácticamente todo sobre el propio objeto fotografiado.

El documento de esas imágenes fue descubierto junto con otros, no se sabe muy bien cuántos, en 1949 dentro de una galería que partía del interior de un pozo al Sur de Jericó, y en las fotografías ampliadas y admirablemente iluminadas que se han mostrado hasta hace pocos días en la sala de exposiciones de la biblioteca universitaria se ve cuidadosamente desenrollado sobre una alfombra cárdena, expuesto fuera de la tinajilla de barro que lo preservó durante casi dos mil años.

No es ésta la propia tinaja, sino otra coetánea encontrada en Qumran.

Los breves de la prensa adelantaban -ya se sabe que la premura informativa acaba por dejar muchas veces en el aire datos, que sólo con algún esfuerzo pueden confirmarse después- que con toda probabilidad se trataba de una parte sin catalogar del material depositado en la biblioteca de la Facultad de Filología por Don Tomás Palazuelos a su jubilación. El conjunto en cuestión consistía en los negativos ya citados y en una moleskine de octavilla completamente escrita a lápiz aparentemente por el propio Don Tomás.

El Prof. Palazuelos, bien conocido en medios académicos por sus monografías sobre la mitología del Norte de España y experto de prestigio internacional en lenguas clásicas, debía ser cuando vio por primera vez el pergamino un sencillo ayudante de cátedra en viaje de estudios por Egipto. Las notas de su agenda permiten concluir que, impaciente ante la posibilidad de perder la joya que su curiosidad deambulatoria le ponía a tiro, telegrafió en medio de considerable excitación a su Facultad en Madrid notificando el hallazgo y solicitando del Decano que le girase con premura la que a él debió parecerle irrisoria cantidad de diez mil pesetas. La reacción debió ser sonada, porque algunos alumnos de la Facultad aseguran que aun hoy en las noches de plenilunio pueden oírse ecos de las carcajadas del difunto señor Decano cuando leyó el telegrama del joven Palazuelos. No, no tuvo éxito el pobre descubridor y hubo de conformarse con sufragar de su particular peculio y llevarse a su casa de Madrid la serie de excelentes fotografías que hoy nos permiten conocer un documento cuyo original -cosas del acceso de las naciones a la independencia- se perdió definitivamente en los incendios cairotas de 1952.

Lo que la providencial intervención de ese joven asturiano amante de las lenguas muertas nos permite ver hoy es una colección de textos en clarísimo griego que contienen varias narraciones de intenso sabor oriental. De entre todas las cuales, la que tuvo que servir de sustento a una de las parábolas de Cristo es con mucho las más hermosa desde el punto de vista literario y merece ser dada a conocer fuera del estricto ámbito científico en el que resulta previsible que por el momento resida. Está casi completa, y si el autor de este blog se va a atrever a divulgarla como propia en sucesivas entradas no es porque pueda traducir con soltura el griego que escribían los judíos helenizados del siglo I a. d. C., sino por el hecho asombroso de que la misma curiosidad deambulatoria que condujo a Palazuelos hasta el pergamino, ha llevado a quien suscribe hasta una versión al español de ese texto que parece escrita por el mismo puño -quisiera uno creer que con el mismo lápiz- que llenó la agendita negra con la goma elástica rota que se ha exhibido hasta hace poco en una urna de la sala de exposiciones de la biblioteca de la Universidad Complutense. Conste que el copyright queda reservado a sus legítimos dueños, quienesquiera que sean.

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