01 septiembre 2008

LO QUE NOS PERDEMOS

En este presente nuestro habría que ver a Hipócrates soltando eso de que ars longa vita brevis, pero sentado frente a un ordenador con el gúguel y la güiquipedia a su servicio. Terrible, oiga: qué dispendio de horas... Algo habrá que poner aquí algún día sobre el valor del tiempo, que estamos que lo tiramos e igual va y hasta nos queda poco que tirar. En fin.

El caso es que parece que a finales de los sesentas algún ornitólogo avispado constató que los vencejos (apus apus, si es que hay que decirlo) comen, duermen y copulan en el aire. Volando, o sea. Y que únicamente se posan para poner, incubar los huevos y criar mínimamente a sus polluelos, tareas estas últimas que no les ocupan en su conjunto más allá de tres meses de cada año. Hombre, es verdad que tendría muchísimo mérito que también pudieran poner huevos e incubarlos en el aire, y es igualmente cierto que ya sólo lo de la cópula en vuelo da para un rato de bromas, pero vamos a dejarnos de malabares, que nos dispersamos.

Lo cual que según esta información los vencejos permanecen en vuelo durante -agárrate, Fermina- nueve meses al año sin interrupción. Y que todo eso empieza una buena mañana cuando las crías sin necesidad de aprendizaje previo alguno abandonan el nido volando tan ricamente para no volver jamás.

El que escribió el artículo (éste) en la güiquipedia afirma que cuando llega esa hora violeta de las noches de verano en que comienza uno a ver en el aire más murciélagos que vencejos, lo que las aves hacen en realidad con gran discreción es remontar su vuelo hasta los dos mil metros de altitud y dormir allí en las alturas. Eso sí, aseguran que durante el sueño reducen el aleteo de los habituales 10 movimientos por segundo a tan sólo 7. Así cualquiera.