23 julio 2008

VIOLENCIAS (y II)

Íbamos hablando mi amigo Gabriel y yo el otro día de la violencia -esto fue después de lo del último blog- y va el muy taimado y me suelta:

"Mira, no creo que se entienda eso que has escrito. Una cosa es que el otro día reflexionase yo sobre lo torcido del uso del lenguaje al hablar de violencia de género... porque ya sabes que pienso que si se emplea esa expresión, entonces habría que hablar también de violencia de número (cuando, por poner un ejemplo, diez tíos le propinan una paliza a otro) o de violencia de caso cuando a uno se la aplican por lo vocativo, lo dativo o, lo que puede ser aun peor, por lo ablativo... y otra cosa distinta es esa defensa que haces tú de la violencia legítima. Eso, mi querido amigo, no va a haber quien te lo compre"

Me paré a pensar en esto y necesité un buen rato y un esfuerzo no pequeño para aclararme las ideas. ¿Por qué creía mi amigo que yo era un defensor de la violencia? ¿Sólo porque había manifestado con ingenuidad colegial que en según qué circunstancias el uso de la fuerza puede ser legítimo?

Pues sí. Gabriel llamaba la atención sobre el hecho de que el término violencia no tiene hoy en español más que connotaciones negativas. Pero yo, que tengo vocación de guardia urbano, lo que de verdad hacía era preparar el terreno para quejarme acremente por el hecho de que se tolere y aun se fomente y encarezca la utilización de palabras de carácter general cuando el empleo de las que la lengua reserva para referirse con precisión a algunos significados ocasiona molestias o simplemente comunica con demasiada claridad algo que se quiere ocultar. Veamos un ejemplo: ¿Constituye una inexactitud llamar "violento" a un joven de Usúrbil que patrióticamente enardecido le descerraja dos tiros en la cabeza a un guardia civil?

"Hombre, pues mira... pasando por alto eso que acabas de decir del ardor patriótico, que no me cuadra nada, pero que me temo que algún día me querrás explicar, lo cierto es que llamar violento al usurbildarra me parece exacto. De hecho se merece..."

Mandar callar a Gabriel con un "para, para" es algo peligroso. Se irrita cuando no se le deja hablar. Dice que ya le quitan la palabra en los Juzgados suficientes veces como para que también los amigos le privemos del placer de expresarse sin interrupciones, pero en esta ocasión, quizá porque pensase que yo tenía algo juicioso que decir, permitió que le cortaran el discurso sin ni siquiera arrugar el entrecejo.

Yo creo que llamar violento a un terrorista es una solemne estupidez: en el mejor de los casos para quien quiera hacerlo, esto equivale a llamar manipulador de alimentos a un envenenador. Y pienso además que consituye un grave error dialéctico consentir en el uso del término "violentos" para referirse a los terroristas, a los violadores o a los asesinos. Porque al hacerlo se universaliza una idea según la cual podemos referirnos con la misma palabra a uno de esos malnacidos que pegan a su mujer hasta matarla y a Don Luis Daoíz o a Don Pedro Velarde. Y yo me niego.

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