Quizá para muchos no sea una obra de arte ni se proyecte reverentemente en las escuelas de cine -su autor no aspiró nunca a tal cosa-, pero La vida por delante (Fernando Fernán Gómez, 1958) es, además de una de mis películas favoritas, un excelente retrato de una España que acababa de pasar de terriblemente desdichada a sólo infeliz, pero en la que cabía la esperanza. En las escenas de esta película se percibe una realidad algo gris y angustiosa de la que, sin embargo, se podía y por supuesto se solía escapar con inteligencia y buen humor.
La secuencia que cuelgo aquí es un ejemplo de ingenio cinematográfico y de genialidad interpretativa (Isbert está sin duda en la parte del Cielo que Dios reserva a los buenos actores) y en mi opinión debería ser de obligada proyección en todas las Facultades de Derecho: es la mejor representación artística que conozco de la ardua tarea de reconstruir unos hechos por medio de la declaración de varios testigos.
La cosa está aquí abajo en dos partes que se suceden automáticamente. Basta con darle una sola vez al plei y disfrutarla.
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