12 marzo 2009

NUESTROS HERMANOS MAYORES

Me gustaría que ni la triste conciencia que tengo del odio abominable con que a lo largo de la historia han sido tratados por casi todos los pueblos de Europa, ni la crueldad indecible de lo que se hizo con ellos -y con otras minorías- en las décadas de 1930 y 1940, ni siquiera la simpatía -o incluso el cariño- que pueda sentir yo por su cultura, me aparten del propósito de esta entrada del blog: hablar de los judíos al hilo de ese epíteto de moda con que muchos pastores se refieren a quienes practican hoy la Ley de Moisés.

Los hermanos tienen al menos un padre en común. Y en el sentido general y más lato del término puede sin duda afirmarse que por ser parte de la bendita Creación de Dios, todos los hombres somos hijos del mismo Padre y por lo mismo hermanos los unos de los otros, sea cual sea nuestra religión, nuestro origen o nuestra condición. Así lo creo yo.

Sin embargo, desde que comenzó a oírse, la expresión "nuestros hermanos mayores" parece emplearse no en ese sentido general, sino con la intención de subrayar -esto, al menos, me parece a mi, que soy un poco borrico- que los cristianos compartimos con los judíos el mismo Dios y Padre, que compartimos, pues, filiación divina. Puedo sin duda estar equivocado, pero eso es lo que cabe entender al oír a personas investidas de gran autoridad llamar "hermanos mayores" a los judíos.

Pero al menos en mi caso, eso no es cierto. Porque yo no creo en el mismo Dios en que creen hoy los judíos. Yo creo en la Trinidad Beatísima. Creo en un solo Dios Padre del único Dios Hijo Redentor del mundo, y creo que Jesús es ese Dios Hijo. Creo además en Dios Espíritu Santo, que procede de Dios Padre y de Dios Hijo y que es asimismo, en unión de Dios Padre y de Dios Hijo, el único Dios verdadero. No creo, no puedo creer, pues, en un Dios que no sea Padre de Jesús, que no sea Jesús mismo.

Pero ése es precisamente el Dios inexistente en el que creen hoy los judíos. No es ni siquiera el Dios del Antiguo Testamento, porque en las obras de Aquél se prefiguraba la verdad que nos fue revelada después. En éste que hoy proponen no hay nada de verdad viva. Si no se me caen las mayúsculas para nombrarlo es porque siento inmenso respeto por la imagen fosilizada de aquella única verdad que los hombres pudieron conocer desde la creación del mundo hasta la venida de Cristo; pero tras la Encarnación, la Pasión y la Resurreción de su hijo Jesús, una vez nos ha sido predicada su palabra, es gravísimo -mortal- error no reconocer que el Dios que libró a Israel de Egipto es el que nos muestra su intimidad redentora a diario en la persona de Jesucristo, su Mesías, y que alienta y vivifica el mundo a través de la persona de su Santo Espíritu, Dios mismo también.

Sólo Dios sabe, aunque a nosotros nos quepa imaginarla, la inmensa tristeza que le produce el modo especial de descreer que tienen los hijos del Pueblo que Él se eligió al principio de los tiempos para darse a conocer a la humanidad. Esa manera especial de apostatar del Mesías y Salvador -el que había de venir- que está reservada sólo a ellos. Esta particular falta de fe tenía un nombre en español. Un nombre que ahora sólo puede oírse en algunos boleros. Y quizá esto sea para bien.

Niego, desde luego, que los judíos cuenten con una vía autónoma -ajena a Cristo- que conduzca a la salvación, como si el Antiguo Testamento estuviese aún en vigor para ellos. Esto es cosa aparentemente definida, al menos, desde el Concilio de Florencia y por otra parte, la lectura de Gal, 5: 2-4 es bien clara. Tampoco Santo Tomás de Aquino parecía tener ninguna duda al respecto (Summa Theol. : Ia IIæ, q. 107, art. 2,) aunque confieso que las finuras del Aquinate no están hechas para una herramienta tan basta como mi cabeza, así es que habrá probablemente quien discrepe de esto último y me lo haga notar.

Por terminar, dejadme que os diga que pienso que la única relación sana que los cristianos podemos tener con los judíos -entiéndaseme: digo desde el punto de vista espiritual- es mostrarles el amor especial y persistente de Dios hacia ellos e intentar con ardor convertirlos a Cristo. El Apostol nos asegura que al final tendremos éxito en ese propósito (Rm 11, 25-32.) Así lo pide, además, la Iglesia cada Viernes Santo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ay! Más te valdría volver a escribir de otras cosas y no de teología, que se ve que has leído poca y encima antigua. Patético. Estás en posiciones de antes del Concilio Vaticano, pero el primero. Léete la Dignitatis Humanae, anda, y luego pontificas.

Viator iens dijo...

Pues perdón. Yo no pretendo pontificar ni aleccionar a nadie. Confieso que la leí con desgana cuando era estudiante y que no la he vuelto a leer desde entonces, pero me parece que la DH habla de la libertad religiosa. En todo caso mi entrada no pretendía acoquinar a nadie, ni promover que se acabe con la libertad religiosa. Al revés, creo que sólo siendo libre se puede conocer y abrazar la verdad. Sólo que la Verdad es Cristo. Y no tiene amor por su prójimo quien viéndolo alejado de la Verdad, no indica -con toda humildad, pero también con toda claridad- cuál es el camino de la salvación.

ANTONIO SEBASTIÁN dijo...

Me parece interesantisimo tu comentario. Pero creo que JUDIOS y CRISTIANOS tenemos el mismo DIOS. Otra cosa es que ellos no crean en la ENCARNACIÓN. Y ese único DIOS, es más que suficiente para la fraternidad entre nosotros. Ellos guardaron la PALABRA de DIOS, hasta la llegada de JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR. Y EL se encargó de transformarla para TODOS sin excepción