03 abril 2009

LA CUESTIÓN DEL ABORTO (V)

Se da además la circunstancia de que la unión entre estos dos individuos es inevitable sólo para uno. Quiere decirse, claro está, para el hijo: porque durante un largo periodo no puede éste existir sino unido a su madre. Desalojado del útero en que se enraíza ese órgano admirable que es la placenta, el nuevo ser no puede sobrevivir sino a partir de un momento muy próximo al de su alumbramiento; en tanto que desembarazada del que crece unido a ella sí puede la madre seguir existiendo sin dificultad. Parece ésta verdad de Perogrullo que de sobra estaría escribir si no fuera porque en ocasiones fijar la atención en lo que se descuenta por conocido permite advertir el desenfoque de un asunto.

Y quizá clarifiquemos esta cuestión reparando en cómo la vida del que viene de camino se encuentra en un estado de máxima fragilidad: uno tan germinal, tan incipiente, que es incluso previo a la independencia física. Y lo más interesante quizá sea que todas las vidas humanas -sin distinción alguna- atraviesan necesariamente por esa fase. A diferencia de lo que ocurre con la vejez, término en que puede o no darse una situación de dependencia absoluta de otro ser humano, en su estadio primigenio y en los inmediatamente sucesivos tendentes al nacimiento, toda vida humana depende necesaria y especialísimamente de una mujer.

No es poco importante esa circunstancia: la de que toda vida humana haya de estar sometida inicialmente a la voluntad de una mujer. Tiene consecuencias. Quizá podamos detenernos a pensar en ellas más adelante.

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